Encrucijada
¿Por qué siempre matan al toro ?
Manuel Maza, S.J.
¿Por qué siempre matan al toro? Usted lo tiene que haber visto en la televisión. En medio del ruedo: un toro enorme, una tonelada de músculos, capaz de correr y embestir con sus dos cuernos afilados. El torero, frágil, con su ropa apretada, no tiene para dónde huír, mientras agita, provocador, el capote rojo.
¡Allí está el secreto! Por algún motivo de la naturaleza, el toro percibe ese paño rojo como una amenaza. Se lanza contra él con furia y casi lo toca, pero todo su esfuerzo se queda en nada. De nuevo se agita ante su ojos el capote rojo que parecería burlarse de él. Y así transcurre la corrida. El toro cada vez más fúrico contra el capote rojo, se olvida de todo. Una de esas embestidas será la última carrera de su vida. El torero lo esperará con el capote en la izquierda y una afilada espada en la derecha. Probablemente el toro, con su corazón atravesado por la afilada espada, todavía querrá embestir al capote rojo.
Así tratan los sectores de poder a sus pueblos. Los que detentan el poder saben que sus pueblos están llenos de fuerza. Somos millones de hombres y mujeres en las ciudades y campos, ¿qué no haríamos si efectivamente pudiéramos decidir sobre los asuntos que nos interesan? Pero nos pasa igual que al toro: agitan ante nuestros ojos el capote rojo y toda nuestras energías se concentran en embestir lo que nos da rabia, lo que percibimos como la gran amenaza. Agitan ante nuestros ojos el peligro de que países muy poderosos quieren la fusión de República Dominicana con
Haití. Nos torean durante meses con el capote de una multimillonaria campaña electoral, "la más importante, la más decisiva". ¡Y embestimos! Con furia irracional, nos lanzamos contra el capote electoral, contra los que amenazan la soberanía nacional. Luego, a pesar de todos nuestros esfuerzos tenemos la impresión de haber embestido al aire. Nos han toreado. ¡Todo sigue igual! Y los que mandan evalúan así nuestros esfuerzos: ¡Ole! ¡Ole!
En realidad nosotros somos más vulnerables a la manipulación que el toro. El animal sólo capta un pequeño paño rojo. Ante nuestros ojos sin embargo, figuras de prestigio despliegan un capote rojo de dimensiones internacionales, patrióticas, psicológicas y ancestrales con toda la fuerza de los medios de comunicación y los resortes exquisitos de la publicidad machacona, afilada y masiva. Nos torean hasta con la bandera nacional.
Haría falta un esfuerzo titánico para ignorar la falsa amenaza, el capote rojo con que nos provocan y manipulan, para ocuparnos del peligro real: la espada y luego del torero.
La espada es la situación nacional que nos está desbaratando: la corrupción impune, tantas veces denunciada por los Obispos, la falta de inversiones serias en educación y salud, nuestro vacío institucional y el caudillismo...
Si embestimos por ahí, estaremos enfrentando los verdaderos peligros, pisotearemos las falsas amenazas de capotes burlones y saldrán corriendo los toreros que sólo aspiren a torear los problemas nacionales sin resolverlos. No nos podrán torear con capotes de falsas amenazas, si miramos sin pestañear a la espada y al torero.
Publicado en el periódico Hoy del 10 de octubre de 1994
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