sábado, mayo 23, 2009

Retornar a la ley





La fila para doblar a la izquierda está esperando la autorización del semáforo, pero un desaprensivo entiende que tiene más derecho que todos los de la fila y se adelanta por el carril adyacente para colocarse de primero. Al colocarse delante lo hace incursionando a medias en el carril de giro a la izquierda, obstruyendo de ese modo tanto a los vehículos que se encuentran esperando por el semáforo para girar a la izquierda, como a los que se desplazan detrás de él y desean utilizar el carril adyacente al de giro, para continuar, con todo derecho, hacia delante.

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El desaprensivo no llega a comprender que durante el tiempo de verde de un semáforo, sólo logra cruzar la intersección una cantidad fija de vehículos; de manera que si él se adelanta a la fila y pasa de primero, le está quitando la oportunidad de pasar por lo menos a un vehículo de la fila de giro durante ese ciclo de verde, además de retrasar e importunar a los que en derecho deseaban continuar hacia delante.

El anterior es un ejemplo de nuestra cotidianidad y el tránsito es un fenómeno que refleja muy bien el irrespeto a la ley que caracteriza nuestro accionar en la trama social.
Ese camino nos destruye.

El gran pacto social que necesitamos formalizar para garantizar nuestro desarrollo y más aún, nuestra permanencia como sociedad organizada, debe partir de un compromiso solemne de respeto irrestricto a la ley.

Las instituciones del Estado y las organizaciones de la sociedad civil deben definir, en conjunto, un plan para promover ese acuerdo de retorno a la ley. El mencionado plan tiene como ejes principales la divulgación de la legislación vigente y las acciones de la autoridad encaminadas a obligar su cumplimiento.

Conocer la legislación otorga poder, o como se dice en lenguaje de ONGs, empodera a la sociedad. Por otra parte, las acciones de la autoridad encaminadas a obligar el cumplimiento de la ley, afectan por un lado al infractor, obligándolo a retornar a la norma, y por el otro alientan a la población a ser más exigente del respeto a sus derechos, y esto así, porque se siente protegida por la autoridad.

Hemos visto a desaprensivos tomar en vía contraria la Av. Bolivar para robarse una media cuadra ante la mirada de un policía de tránsito y cuando le hemos llamado la atención al agente de tránsito su respuesta ha sido que eso le toca a los de AMET, que él está solamente para la ruta del Presidente. Necesitamos una autoridad vigilante del respeto a la ley en toda circunstancia y una sociedad conocedora de la legislación y dispuesta a exigir el respeto a sus derechos.

Con la ley crecemos todos. Trabajemos por un gran pacto social que tenga su punto de partida en el respeto irrestricto a la ley, con la seguridad de estar contribuyendo a crear el ambiente de armonía social que permite y promueve el desarrollo.

Mario Bergés
Centro Juan XXIII
m.berges@centrojuanxxiii.org



Publicado en el Hoy de fecha 23 de mayo de 2009

El costo del tapón



Sin querer reducir el fenómeno social a un simple modelo mecanicista, podríamos imaginarnos a la sociedad como un gran aparato o sistema productor de bienes y servicios. En este sistema, cada parte hace su función siguiendo reglas que logran mantener el delicado equilibrio y la armonía que le permite operar. La rapidez con que ese sistema produce bienes y servicios estará determinada por el desarrollo alcanzado por esa sociedad. En otras palabras, mientras mayor sea el desarrollo tecnológico, mayor será la producción por habitante de esa sociedad.

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Una de las partes importantes del sistema es el transporte y éste se podría comparar con el torrente sanguíneo que lleva los nutrientes a la célula y recolecta los desperdicios para su disposición final. Si la velocidad del torrente sanguíneo se sale de rango, si es muy alta o muy baja, posiblemente quedarán células sin alimentar y repletas de elementos deletéreos. En todo caso, el sistema experimentará una deficiencia en su resultado final.

Nuestras calles y avenidas son como las arterias y venas del cuerpo humano. A través de ellas se moviliza la economía y cualquier elemento que obstruya el flujo vehicular en nuestras calles y avenidas lo que hace es contribuir a que la producción de bienes y servicios sea más lenta. Si nuestro Producto Interno Bruto (PIB) anual lo produjéramos tan rápido como en un mes, seríamos tan ricos como Noruega. Por el contrario, si lo produjéramos tan lento como en 10 años, andaríamos rondando la pobreza del Burundi.

Un vehículo de cinco pasajeros detenido en un tapón cuesta en depreciación del vehículo, combustible y lubricantes, alrededor de 2.2 centavos de dólar por minuto. Si el mismo vehículo tiene dentro tres pasajeros en edad económicamente activa habrá que añadir 6.6 centavos de dólar por minuto. De manera que cada minuto de ese vehículo detenido en un tapón le cuesta a la sociedad dominicana cerca de 8.8 centavos de dólar.

En la 27 de Febrero esquina Máximo Gómez, de cinco de la tarde a siete de la noche deben cruzar, siendo conservadores, no menos de 3,000 vehículos que en promedio pierden diez minutos en atravesar la intersección. Ese tapón nos cuesta al año casi setecientos mil dólares. Esa suma de dinero es treinta veces el costo anual de ocho policías y cuatro grúas que podrían estar colocados en la intersección para lograr que se respete el semáforo, los carriles y la ley de tránsito en general.

La policía debe estar atenta a la invasión de carriles, a los giros no permitidos, al estacionamiento en vías de gran flujo, a la obstrucción de la intersección. Por su parte el ciudadano debe hacer conciencia del costo del tapón y cumplir la ley para minimizarlo.

Nuestra sociedad no puede darse el lujo de tener desaprensivos que estacionan sus vehículos donde se les antoja, creando el tapón e inutilizando algún carril.

El tapón tiene un costo. Reducir las demoras en el tránsito contribuye al crecimiento económico.

Mario Bergés
Centro Juan XXIII
m.berges@centrojuanxxiii.org



Publicado en el Hoy de fecha 19 de junio de 2009