sábado, octubre 04, 2008

La cata diagonal de Carlos Blanco





Carlos Blanco se acomodaba en la última estación de una cata diagonal que se había iniciado el día anterior en un salón de élites, tomando vinos reserva y gran reserva con un grupo heterogéneo de contertulios. Las próximas estaciones sucesivas de aquella cata sesgada ya habían repasado esa noche, con un grupo cada vez menor de contertulios, los bares del polígono central con sus escoceses, sus vodkas y sus mujeres variopintas.

El amanecer del próximo día les sorprendió retozando en la playita con mujeres de río en ambiente marino. ¡Ay Monegro!, se pasaron el día bebiendo ron crudo y cachaza de caña.

Las mujeres no presentaron dificultad alguna en adaptarse al ambiente marino y cuando el grupo se vino a dar cuenta, estaban todos participando con entusiasmo en juegos propios de colegialas.

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Se organizó un Matarile para ponerle nombre a los detalles anatómicos que resaltaban en el cuerpo de los jugadores; luego jugaron en el agua haciendo una fila de mujeres que, aguantando la respiración para no ahogarse, pasaban por debajo del portal formado por las piernas abiertas de los hombres, al ritmo de un cantito, palmeado y coreado, que decía que ahí viene la señorita, cuidado con la de atrás, que tiene las orejitas lo mismo que un alcatraz. Con el último “traz” de alcatraz, las que estaban atravesando el portal de hombres en ese instante, eran atrapadas entre los brazos y piernas de éstos y a partir de ese momento todo era júbilo y regocijo en el ambiente.

Al final de la tarde, como para terminar el día con un detalle de inocencia que conjurara tanto exceso, las mujeres organizaron una versión no censurada del Baile de las Caraqueñas…¡Ay Monegro!, poniendo la rodilla en el suelo, sí Monegro, batiendo palmas, que ese baile se baila de espaldas, remenea, remenea la falda. ¡Ay caracolito de la mar que te quedaste sin bailar!

Con esa mochila de sucedidos a cuestas, entraron Carlos y los más aguerridos contertulios en aquel bar de orillas que sería la última estación de esa cata torcida en sus inicios.

Mucho se ha dicho acerca de la Shakirización de la mesera; pero no Monegro, la ingesta alcohólica no tenía nada que ver con la realidad de aquella hembra extraordinaria que se acercaba a pedir la orden en faldas amplias, comanda en mano y una férula de yeso que le cubría desde el tobillo hasta la mitad de la pierna derecha.

Era, sin dudas, una mujer apache. De esas que van al amor lo mismo que el guerrero apache va a la guerra: El pecho al descubierto y dispuesta a morir.

-¿Qué desean ordenar? Preguntó.

A mí, respondió Carlos, me puedes dar una patada con la pierna del yeso, en el lugar y el momento que consideres apropiado y oportuno. Yo me dejo, -le dijo. Y luego añadió: También un extra viejo con hielo en vaso corto y una soda amarga con hielo en vaso largo, para no beber con sed.

El resto de la noche giró en torno a la hembra que había asumido de buena gana y con una sonrisa la autorización de patada dada por Carlos. Los menos advertidos fueron capaces de comprender que Carlos se había rendido a sus encantos. Algunos anotaron que el yeso pudo, de alguna manera, despertar en Carlos el instinto del cazador que persigue a una presa que va herida.

Pero no, Monegro, herida nada. El yeso lo utiliza como cebo, espera que se lance el condenado y aprovecha un instante de su vuelo para arrancarle el corazón de cuajo. Corazón del que luego se deshace y deja abandonado a su infortunio, latiendo en las orillas del camino…

Los que le conocieron, aseguran que espera la patada.



quijoteurbano.

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