miércoles, marzo 25, 2009

Habitantes versus ciudadanos


Somos un país de casi diez millones de habitantes, pero ¿Cuántos de esos diez millones de habitantes son ciudadanos?

La ciudadanía implica, entre otras cosas, una forma especial de relacionarse con la comunidad, en donde se destaca la participación activa en el cumplimiento de deberes y la exigencia de derechos, siempre teniendo como meta la consecución del bien común.

Las relaciones que se establecen en nuestra trama social están muy lejos de ser las que surgen de una conciencia del yo social y de la necesidad de cumplir deberes y exigir derechos en aras de lograr las condiciones para un desarrollo integral del ser humano y de la sociedad en su conjunto. Nuestras relaciones están basadas en favores y lealtades y en ese sentido no hemos pasado socialmente del medioevo.

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Así las cosas, nuestra sociedad cuenta con grupos de poder, cada uno de los cuales está conformado por un jefe y sus clientes; y al igual que como ocurría en la antigua Roma y como ocurría con los siervos de la gleba en el feudalismo, estos clientes de hoy en día sienten obligación de lealtad y la profesan a su protector y jefe; y lo hacen así porque toda la sociedad está permeada de una línea de sumisión y desamparo, que en ocasiones es subliminal y en otras se presenta de manera abierta y descarada, que dice: “Tu no tienes derecho a nada, lo que te llegue para bien tuyo, agradécelo a tu Señor del Cielo y a tu Señor de la Tierra; lo que te llegue para mal tuyo, cárgaselo al Señor del Cielo, que el de la Tierra no tuvo que ver nada con eso”. Así andamos.

Todo atropello impune, de cualquier poder contra personas físicas o morales, es una sentencia que refuerza esa línea de sumisión. Por otra parte, toda acción impune que se ampare en la condición tantas veces recurrida, incluso de manera tácita, de ser “padre de familia”, es una sentencia que refuerza esa línea de desamparo.

La inercia social trata permanentemente de reproducir las condiciones para que todo siga siendo tal como es. Y no hemos sido capaces de generar respuesta a tanto abuso.

La solución del problema pasa inevitablemente por la educación, pero todos somos responsables de esa carencia, porque si bien los gobernantes son los que mayor responsabilidad tienen, no es menos cierto que los gobernados no hemos podido reducir el accionar de los gobernantes al imperio de la ley.

Ni atropellos del poder ni concesiones del poder a “padres de familia”. Que impere la ley y para todos.

Después de todo, nada más alejado de la verdad evangélica que esa línea de sumisión y desamparo. El Señor, el único, el del cielo y la tierra, nos reconoce como hijos y nos encarga de esta tierra. Los derechos y los deberes son de todos y los recursos materiales y espirituales han sido creados para ser usados en hacer realidad su reino aquí en la tierra.


Mario Bergés
Centro Juan XXIII
m.berges@centrojuanxxiii.org


Publicado en el Hoy de fecha 25 de marzo de 2009

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