Esto me lo contó Eustaquio, un tipo bastante extraño:
“Allá en mi lejana adolescencia, yo jugaba al fútbol. Arquero, golero, guardarmeta, goalkeeper, todo eso. Atajaba que era un lujo. Hasta que un día me tiraron un penal, la pelota me dio en pleno estómago y estuve desmayado como media hora. Cuando volví en mí, lo primero que hallé fue la mirada compungida del asesino (tarde piaste ¿no?) que había ejecutado la pena. A veces los cronistas deportivos la llaman ‘pena máxima’ o ‘pena capital’, o sea una denominación que para los leguleyos es sinónimo de muerte. La verdad es que a mí me fusilaron.
Aún ahora, 70 años después, cuando veo fútbol por televisión y el juez decreta la ‘pena máxima’ en el trágico instante en que el homicida acomoda la pelota o la ball o el esférico, y veo al pobre arquero que se persigna con ojos de pánico, cierro los ojos pues si sigo mirando y veo la ejecución, me vuelve el antiguo dolor de estómago y tengo miedo de desmayarme. Porque (y que esto quede bien claro) juegue el equipo que juegue, yo siempre estoy de parte del golero y no del asesino."
Mario Benedetti
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