miércoles, julio 11, 2007

Seguridad ciudadana y responsabilidad social

Si le preguntamos a la sociedad dominicana ¿Cuál es el tema que actualmente mayor preocupación suscita?, seguramente que la respuesta será el tema de la seguridad.

La delincuencia se ha desbordado y no conoce límites, el ciudadano, espantado, limita su accionar a un entorno cada vez más reducido y esa actitud se verifica tanto para el ámbito del espacio tiempo, eximiéndose de salidas nocturnas o alejadas de su entorno seguro; como también en el ámbito de las relaciones humanas, etiquetando como delincuente a cuanto ser humano se aparte de su imagen prototipo de hombre de bien.

En un esfuerzo por sintetizar la cronología de esta delincuencia desbordada, diremos que nuestra sociedad pasó, de ser mayoritariamente rural al morir Trujillo, a una sociedad mayoritariamente urbana en la actualidad. Esa transformación de urbana a rural se realizó de manera espontánea y en muy corto tiempo: Las ciudades generaban riqueza y la población se movió del campo a las ciudades.

El campesino noble y generoso, que se desenvolvía en un ambiente digno, deslumbrado por la riqueza, se internó en las ciudades. La ciudad le excluyo económica y socialmente y lo relegó a una economía informal de poca monta. Su historia se repetiría en los hijos.

La descendencia de ese ser humano digno, noble y generoso que salió de nuestros campos, terminó viviendo en condiciones indignas para el ser humano.

A pesar de estar viviendo en esa realidad de indignidad, la mayoría de esos dominicanos son hombres y mujeres de bien, héroes anónimos que le arrancan el pan al mediodía; pero esas condiciones de pobreza e indignidad contribuyen a que una parte de esos dominicanos busque la salida a su tragedia delinquiendo.

Por otra parte, desde tiempos inmemoriales ha existido una clase de delincuentes miserables y al mismo tiempo intocables, seres humanos que se han lucrado ilegalmente, y que se exhiben, con todo su esplendor, luciendo sus riquezas a todas luces mal habidas, sin el menor sonrojo…, sin el menor pudor…, sin la menor vergüenza…

Que pongan en remojo su barba, ¡va llegando el tiempo de tocarlos!

Como hemos visto, podemos identificar dos causas de la delincuencia:

Una primera causa se refiere a la delincuencia de aquel que nada tiene. Sus motivaciones son satisfacer sus necesidades básicas, así sean éstas fruto de adicciones.

Ese es el caso del dominicano que ya ha perdido todo rastro de auto estima, que conoce, gracias al desarrollo de las comunicaciones, la opulencia del primer mundo (que lo tenemos entre nosotros), con sus autos, sus ropas, sus vacaciones, sus marcas, sus trampas y sus deshonestidades; y al mismo tiempo él habita en condiciones indignas de hacinamiento, inseguridad, pobreza extrema y total desesperanza.

La otra causa de la delincuencia es fruto directo de la impunidad.

Esa impunidad que revienta las ingles de los que ya no aguantamos más, verbigracia:

-                      Una institución bancaria privada, es decir, de unos dueños con nombres y apellidos conocidos, quebró; y como consecuencia de esa quiebra, unas autoridades Estatales nos obligaron a pagar un compromiso que no contrajimos.

-                      ¿Por qué debemos pagar, vía los impuestos, las diabluras de los dueños de bancos y de las autoridades desaprensivas?

-                      ¿A quién recurro para que me resarzan las pérdidas en mi negocio?

Esos dueños, con nombres y apellidos conocidos, y esas autoridades, con nombres y apellidos conocidos, se pasean y se exhiben sin el más mínimo pudor, ante la mirada indiferente del ministerio público.

¿Qué hacer?

En sentido general debemos responder el mal, con bien.

El bien, en el caso de los delincuentes honorables, que se pasean y se exhiben sin pudor, consiste en hacer evidente que la sociedad repudia sus acciones; que hay una sociedad esperando encontrarlos en los lugares públicos para hacer evidente el desprecio a sus conductas.

Que esa misma sociedad está esperando ansiosa que el Ministerio Público se decida a  hacer su trabajo y a defender, entre otros,  a los que vamos a tener que pagar por las tropelías y las diabluras de los dueños de bancos y las autoridades monetarias.

El bien, en el caso del delincuente común consiste en exigir, utilizando todos los recursos a nuestro alcance, que El Estado Dominicano garantice la seguridad del ciudadano en todos los ámbitos. Que la ley sea la garantía del orden en la sociedad.

Hay un  primer problema al momento de exigir, y lo encontramos en el hecho de que la sociedad dominicana, digamos en su conjunto,  no se siente formalmente ligada por derechos y deberes. A duras penas se reconocen los deberes y derechos familiares, de manera que ese ser humano, que no sabe de deberes, es consecuente y no exige derechos. Aprender a exigir nuestros derechos y cumplir nuestros deberes es una tarea a la que debemos darle prioridad.

Pero esa exigencia de la seguridad es solamente el inicio.

De una manera u otra, todos los que estamos actualmente vivos, hemos participado y continuamos participando en ese proceso complejo que convirtió en casi animal a aquel dominicano que fue capaz de matar a una joven en Santiago para quitarle un celular, por solamente mencionar un caso.

También, con nuestro silencio, hemos participado en el proceso complejo que ha convertido  a otros dominicanos en vergonzosos delincuentes de cuello blanco.

Ahora debemos actuar para revertir la situación.

Al mismo tiempo que se exige al Estado la seguridad ciudadana, debemos dar ejemplos de humildad: expresar con nuestras vidas,  que nadie vale por lo que tiene.

Debemos exigir al Estado que la educación sea prioridad número uno, de manera que todos los dominicanos tengan iguales oportunidades en el mercado de trabajo y nos preparemos para aprovechar las oportunidades del mercado global. Y por nuestra parte, en nuestro entorno particular, hacer nuestros esfuerzos por educar.

Exigir al Estado que la salud sea verdaderamente un derecho de la población y en nuestra particularidad apoyar los programas de salud existentes y promover otros necesarios.

Al mismo tiempo que nos organizamos para enfrentar la delincuencia común y la de cuello blanco, debemos generar en nuestro entorno particular, un espacio que nos permita identificarnos, unos con otros,  como dominicanos nobles y generosos, porque si algo nos identifica es eso, somos nobles y generosos.

Ese espacio se abre, por ejemplo,  si saludamos buenos días y buenas tardes a todo el que encontremos.

Ese espacio se abre si bajamos el vidrio en las esquinas, si hacemos más humana y solidaria nuestra vida.

No se trata de paternalismo, es afirmación de mi valía por mi sola condición de ser humano y mi reconocimiento, sin reservas, de la valía del otro, por su sola condición de ser humano.

 

 

 

Mario Bergés

Centro Juan XXIII

 

 

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