domingo, enero 22, 2006

Corrupción en la sociedad domincana

El fenómeno social de la corrupción, entendido como la práctica de utilizar las funciones, los medios y los recursos de una determinada posición para deliberadamente favorecer a personas o entidades distintas de aquellas entidades y personas a las cuales la posición ocupada tiene el mandato de favorecer, es un fenómeno extendido en mayor o menor grado a todas las sociedades.

Todo grupo humano sufre, en alguna medida, de este mal social.

Si lo vemos desde esta óptica, estamos ante un fenómeno que tiene sus raíces en el mismo ser humano. Desde un punto de vista católico, es la irrupción del pecado en la historia de la humanidad la que nos separó de la Gracia de Dios y nos hace egoístas, capaces de anteponer nuestros intereses a los intereses del bien común.

Aún así, existen gradaciones en la intensidad y la expansión que en una determinada sociedad pueda tener el fenómeno de la corrupción.

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Existen sociedades en donde el fenómeno de la corrupción, aún cuando está presente, se puede tratar como un fenómeno de excepción, al momento de aparecer, genera el repudio de la sociedad en general y la justicia se encarga de castigar a los culpables .

Otras sociedades, en cambio, parecen tener menos suerte y presentan un cuadro triste en el cual la corrupción todo lo ha permeado y no parece haber ningún rincón que no haya sido tomado por este mal social. Cuando en estas sociedades se presenta un caso de honestidad y una conducta intachable en el desempeño de alguna función, la sociedad, en el mejor de los casos, lo trata como el caso de alguien que clama en el desierto o que ara en el mar.

¿Qué condiciones causales hacen la diferencia entre estas dos sociedades?

En la primera, aquella en la cual la corrupción es excepción, existe un gran desarrollo económico que ha dado como consecuencia la existencia de una clase dominante que es a la vez gobernante y fuerte, que establece reglas de juego claras y que es conciente de que solamente respetando esas reglas de juego garantiza su permanencia en el tiempo. En estas sociedades, los políticos son profesionales al servicio de esa clase gobernante y trabajan defendiendo los intereses de cada sector particular de esa clase gobernante; pero como bloque, esa clase gobernante está conciente de que la corrupción va contra sus propios intereses y como consecuencia exige el respeto a las reglas de juego y castiga al corrupto.

En la segunda, aquella en la cual la honestidad es excepción, el escaso desarrollo económico no ha permitido que la clase dominante pase a ser clase gobernante y ese vacío dejado por la no existencia de una clase gobernante es ocupado por caudillos, tiranos o políticos de todo cuño sin ningún freno real que no sea su propia conciencia ni instancia alguna ante la cual rendir cuentas.

Los políticos en esa sociedad actúan por su cuenta en el sentido de que no están al servicio de ninguna clase gobernante, en el mejor de los casos pueden estar movidos por un interés patriótico, pero así mismo podrían estar movidos por intereses mezquinos.

Cualquiera que sea el móvil, cuando el político utiliza el clientelismo, sobre todo el de tipo populista, para incrementar su participación en el mercado electoral, le está añadiendo un ingrediente que convierte a la corrupción en el vehículo de ascenso en el ámbito económico y social por excelencia; sobre todo en una sociedad en la cual la movilidad económica y social está muy limitada por el escaso desarrollo económico.
Este segundo caso, como el lector ya se habrá dado cuenta, es el de la sociedad dominicana.

Si al cuadro anterior añadimos el hecho de que los mejores dominicanos se abstienen de participar en política y de ocupar posiciones en el aparato del Estado, entonces no nos debe extrañar que un grupo de mal llamados políticos, que en la realidad son comerciantes inescrupulosos y voraces, accedan a las posiciones de poder y las utilicen para su provecho propio y para perpetuarse y perpetuar el sistema corrupto mediante el clientelismo de corte populista.

El Congreso, que en sociedades desarrolladas es un foro en el cual se liman las asperezas que pudiera haber entre los distintos sectores de la clase gobernante y se elaboran leyes que sirvan de marco legal al desarrollo nacional, es, en sociedades como la nuestra, un mercado en el cual se venden leyes a quien mejor pague y en este panorama no solamente está involucrado el sector público, sino que su contraparte privada comparte la culpa.

• Una clase dominante que no se ha convertido en gobernante ni ha tomado conciencia de que para su propia supervivencia como clase es necesario que se cumplan las reglas del juego democrático, entre las cuales está la regla de la transparencia y la honestidad en las acciones.

• Una sociedad de muy escaso desarrollo económico, dirigida por mal llamados políticos con el freno único de su conciencia.

• La negativa de los mejores dominicanos a participar en política y a ocupar puestos en el aparato del Estado.

• Y por último el clientelismo populista como mecanismo de perpetuación de ese sistema de corruptos y corruptores.

¿Que hacer?

Una clase dominante no se convierte en gobernante por decreto ni por la voluntad de nadie en particular; es resultado del desarrollo de la sociedad.

De manera que es muy poco lo que podemos hacer en ese sentido.

El desarrollo económico de nuestra sociedad se traducirá en desarrollo social y este llevará al fortalecimiento de la clase dominante que eventualmente asumirá sus funciones de clase gobernante.

Debemos crear mecanismos de presión que pongan límites a la actuación de los políticos. Generar opinión pública que pueda contener, vía el mercado electoral, el accionar de los políticos. Los medios de comunicación juegan un papel importantísimo en este aspecto.

Trabajar para lograr que los mejores dominicanos se interesen en la política y accedan a las posiciones de toma de decisión y de poder político. Si la conciencia es, en la práctica, la única limitante que tiene el político, llevemos a las posiciones de poder a aquellos con una conciencia más sana y equilibrada.

Por último, debemos oponernos con todas nuestras fuerzas al clientelismo político, principalmente al de corte populista. Este debe ser tema de un estudio que arroje como resultado un plan para enfrentar el clientelismo populista.

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