viernes, febrero 19, 2010

Santa Lucia



Una hermosa canción Napolitana en tres versiones:

La primera por Elvis Presley






La segunda por Giuseppe di Stefano





La tercera por Mario Lanza





Y aquí la letra en italiano.

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Santa Lucia

Sul mare luccica l’astro d’argento.
Placida è l’onda, prospero è il vento.
Sul mare luccica l’astro d’argento.
Placida è l’onda, prospero è il vento.
Venite all’agile barchetta mia,
Santa Lucia! Santa Lucia!
Venite all’agile barchetta mia,
Santa Lucia! Santa Lucia!

Con questo zeffiro, così soave,
Oh, com’è bello star sulla nave!
Con questo zeffiro, così soave,
Oh, com’è bello star sulla nave!
Su passegieri, venite via!
Santa Lucia! Santa Lucia!
Su passegieri, venite via!
Santa Lucia! Santa Lucia!

In fra le tende, bandir la cena
In una sera così serena,
In fra le tende, bandir la cena
In una sera così serena,
Chi non dimanda, chi non desia.
Santa Lucia! Santa Lucia!
Chi non dimanda, chi non desia.
Santa Lucia! Santa Lucia!

Mare sì placida, vento sì caro,
Scordar fa i triboli al marinaro,
Mare sì placida, vento sì caro,
Scordar fa i triboli al marinaro,
E va gridando con allegria,
Santa Lucia! Santa Lucia!
E va gridando con allegria,
Santa Lucia! Santa Lucia!

O dolce Napoli, o suol beato,
Ove sorridere volle il creato,
O dolce Napoli, o suol beato,
Ove sorridere volle il creato,
Tu sei l'impero dell’armonia,
Santa Lucia! Santa Lucia!
Tu sei l'impero dell’armonia,
Santa Lucia! Santa Lucia!

Or che tardate? Bella è la sera.
Spira un’auretta fresca e leggiera.
Or che tardate? Bella è la sera.
Spira un’auretta fresca e leggiera.
Venite all’agile barchetta mia,
Santa Lucia! Santa Lucia!
Venite all’agile barchetta mia,
Santa Lucia! Santa Lucia!


lunes, febrero 15, 2010

1983, Lima: Tamara vuela dos veces



Tamara Arze, que desapareció al año y medio de edad, no fue a parar a manos militares. Está en un pueblo suburbano, en casa de la buena gente que la recogió cuando quedó tirada por ahí. A pedido de la madre, las Abuelas de Plaza de Mayo emprendieron la búsqueda. Contaban con pocas pistas. Al cabo de un largo y complicado rastreo, la han encontrado. Cada mañana, Tamara vende querosén en un carro tirado por un caballo, pero no se queja de su suerte; y al principio no quiere ni oír hablar de su madre verdadera. Muy de a poco las abuelas le van explicando que ella es hija de Rosa, una obrera boliviana que jamás la abandonó. Que una noche su madre fue capturada a la salida de la fábrica, en Buenos Aires...

Rosa fue torturada, bajo control de un médico que mandaba parar, y violada, y fusilada con balas de fogueo. Pasó ocho años presa, sin proceso ni explicaciones, hasta que el año pasado la expulsaron de la Argentina. Ahora, en el aeropuerto de Lima, espera. Por encima de los Andes, su hija Tamara viene volando hacia ella.

Tamara viaja acompañada por dos abuelas que la encontraron. Devora todo lo que le sirven en el avión, sin dejar una miga de pan ni un grano de azúcar.

En Lima, Rosa y Tamara se descubren. Se miran al espejo, juntas, y son idénticas: los mismos ojos, la misma boca, los mismos lunares en los mismos lugares.

Cuando llega la noche, Rosa baña a su hija. Al acostarla, le siente un olor lechoso, dulzón; y vuelve a bañarla. Y otra vez. Y por más jabón que le mete, no hay manera de quitarle ese olor. Es un olor raro... Y de pronto, Rosa recuerda. Éste es el olor de los bebitos cuando acaban de mamar: Tamara tiene diez años y esta noche huele a recién nacida.

Eduardo Galeano