domingo, octubre 19, 2008

Visión profana de una crisis


Dicen los que saben, que la riqueza se produce mediante un proceso en el cual la humanidad con su trabajo le añade valor a la materia prima. Me complace pensar que sucede así porque está de por medio la vida, que permanentemente nos da muestras de producir sistemas cada vez más organizados y eficientes; y de crear orden donde antes había caos.

La humanidad no ha sido capaz de asumir esa verdad ni de dar una respuesta económica, social y política acorde con ella; aún la andamos buscando.

Una vez producida la riqueza, ese valor añadido termina en los bancos. El sector financiero encauza el flujo de riqueza que ha sido previamente producida y su actuación responde a los intereses de quienes en derecho tienen la propiedad de esa riqueza producida.

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Por su parte, la bolsa de valores ha terminado siendo el casino del sector financiero. Apoyados en ese brazo aguerrido y libérrimo, los dueños de la riqueza producida intentarán crear más riqueza, no mediante un proceso de transformación de la materia prima por el trabajo, sino por medio de la especulación. En su intento batirán la riqueza con mucha energía, y subirá la espuma, y podrá parecer que sí, que la riqueza se ha reproducido; pero no: La espuma nunca ha sido chocolate.

Lo que sucede con la crisis actual, a mi humilde entender, es que en ese casino financiero, los dueños mismos apostaron mal. Si alguien apuesta mal en Las Vegas pierde su dinero y La Casa gana. En esta historia, La Casa estaba jugando en el casino y fue quien apostó mal. Ahora, como dueña del casino, se resiste a perder y exige que El Estado intervenga a favor suyo.

El Estado Norteamericano ha aprobado setecientos mil millones de dólares para el salvataje del sector financiero. Aún no está claro de donde provendrán los fondos, pero lo que sí podemos asegurar es que el plan de salvataje lo que hará en la práctica será socializar, en mayor o menor grado, las pérdidas del sector financiero. Luego de aplicadas las medidas, la humanidad, que depende del dólar, verá reducida su capacidad real de adquirir bienes y servicios.
Si los fondos fueran totalmente provenientes de emisiones inorgánicas, setecientos mil millones de dólares divididos entre la población mundial tocarían a ciento dieciséis dólares por persona, una familia pobre dominicana de cinco miembros estaría poniendo, para pagarle a esos bancos, cuatrocientos ochenta dólares; que es más de dos veces la canasta familiar mensual dominicana.

La reflexión final que debemos hacer es que en la base de la pobreza hay iniquidad.

Los dueños de la riqueza, defensores a ultranza de la privatización y la no intervención del Estado, ahora piden que el Estado les ayude a socializar las pérdidas.

La pregunta sería: ¿Con qué argumento se le explicará a la familia pobre del ejemplo que no debe esperar ni aspirar a la socialización del beneficio?


Mario Bergés
Centro Juan XXIII
m.berges@centrojuanxxiii.org


Publicado en el Hoy de fecha 19 de octubre de 2008

lunes, octubre 13, 2008

Un poco de orden, por favor


El desorden en el tránsito se ha desbordado y actualmente constituye una amenaza de proporciones verdaderamente alarmantes. La ley 241, que regula el tránsito de vehículos y peatones en nuestras calles es letra muerta y la autoridad es la única responsable de que eso sea así.

Nuestra autoridad policial de Amet está acostumbrada a realizar operativos, vale decir, a actuar persiguiendo al infractor en lugares seleccionados y durante el tiempo que dure el operativo. La misma infracción sancionada en el operativo, no tendrá sanción si se comete una cuadra antes o después, o minutos antes o después del lugar y el momento en los cuales se montó el operativo.

Es importante señalar que los operativos se realizan para perseguir infracciones previamente establecidas, de manera que si el operativo es para perseguir motoristas en el túnel, cualquier otra infracción tiene altas posibilidades de pasar inadvertida.

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Fuera de los operativos, que son intervenciones aparatosas con participación de muchos agentes y algunos oficiales, la pareja de policías de Amet que se encuentra en las esquinas, se limita a perseguir a los mansos. Manso es aquel conductor que comete infracciones propias de las personas civilizadas, como son hablar por el celular, pisar la raya de Pare, no tener el cinturón abrochado o no haber pagado el impuesto de la Revista.

Esos dos o tres policías de Amet que se encuentran en las esquinas de nuestras calles son incapaces de lidiar con el salvaje. La falta de autoridad, la falta de recursos humanos, físicos y tecnológicos, les reduce la capacidad para enfrentar a aquel que comete infracciones propias de salvajes, es decir, de personas no civilizadas, como son el pasarse adrede un semáforo en rojo, el tomar la vía contraria para adelantarse a todos en una intersección o el convertir en carril de giro al carril que está establecido como de tránsito directo.

Si el manso está esperando su turno en el semáforo, y ve que viene el policía con intenciones de ponerle una multa por el celular, y decide convertirse en salvaje y cruzar en rojo, tiene muy altas probabilidades de salir impune.

Si el manso está esperando su turno en la intersección y un salvaje viniendo en vía contraria se le adelanta, el policía no lo perseguirá e incluso le dará paso en primer turno, si es que está controlando la intersección, con lo cual premia al salvaje y castiga al manso.
La señal que se envía es que debemos ser salvajes para salir impunes y exitosos; y ese camino nos autodestruye.

La Amet debe perseguir todas las infracciones y debe hacerlo de manera continua en el espacio y en el tiempo. Si no se tiene los recursos para perseguir de ese modo, entonces debe reducir su radio de acción para ser más efectiva y dar prioridad a la persecución del salvaje. Mientras haya salvajes impunes, es una burla irritante multar al que pisó la raya de Pare.

Civilicemos al salvaje.


Mario Bergés
Centro Juan XXIII
m.berges@centrojuanxxiii.org



Publicado en el Hoy el dia 12 de octubre de 2008

Comercial de Sprite

Me he reído mucho con este comercial argentino de Sprite.
¡Disfrútenlo!


viernes, octubre 10, 2008

La soledad de América Latina


Siempre quise tener este texto cercano.
Leerlo me confirma y me llena de esperanzas.
Aquí lo comparto.

quijoteurbano.



De Gabriel García Márquez
Discurso al recibir el Premio Nobel

Antonio Pigafetta, un navegante florentino que acompañó a Magallanes en el primer viaje alrededor del mundo, escribió a su paso por nuestra América meridional una crónica rigurosa que sin embargo parece una aventura de la imaginación. Contó que había visto cerdos con el ombligo en el lomo, y unos pájaros sin patas cuyas hembras empollaban en las espaldas del macho, y otros como alcatraces sin lengua cuyos picos parecían una cuchara. Contó que había visto un engendro animal con cabeza y orejas de mula, cuerpo de camello, patas de ciervo y relincho de caballo. Contó que al primer nativo que encontraron en la Patagonia le pusieron enfrente un espejo, y que aquel gigante enardecido perdió el uso de la razón por el pavor de su propia imagen.

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Este libro breve y fascinante, en el cual ya se vislumbran los gérmenes de nuestras novelas de hoy, no es ni mucho menos el testimonios más asombroso de nuestra realidad de aquellos tiempos. Los Cronistas de Indias nos legaron otros incontables. Eldorado, nuestro país ilusorio tan codiciado, figuró en mapas numerosos durante largos años, cambiando de lugar y de forma según la fantasía de los cartógrafos. En busca de la fuente de la Eterna Juventud, el mítico Alvar Núñez Cabeza de Vaca exploró durante ocho años el norte de México, en una expedición venática cuyos miembros se comieron unos a otros y sólo llegaron cinco de los 600 que la emprendieron. Uno de los tantos misterios que nunca fueron descifrados, es el de las once mil mulas cargadas con cien libras de oro cada una, que un día salieron del Cuzco para pagar el rescate de Atahualpa y nunca llegaron a su destino. Más tarde, durante la colonia, se vendían en Cartagena de Indias unas gallinas criadas en tierras de aluvión, en cuyas mollejas se encontraban piedrecitas de oro. Este delirio áureo de nuestros fundadores nos persiguió hasta hace poco tiempo. Apenas en el siglo pasado la misión alemana de estudiar la construcción de un ferrocarril interoceánico en el istmo de Panamá, concluyó que el proyecto era viable con la condición de que los rieles no se hicieran de hierro, que era un metal escaso en la región, sino que se hicieran de oro.

La independencia del dominio español no nos puso a salvo de la demencia. El general Antonio López de Santana, que fue tres veces dictador de México, hizo enterrar con funerales magníficos la pierna derecha que había perdido en la llamada Guerra de los Pasteles. El general García Moreno gobernó al Ecuador durante 16 años como un monarca absoluto, y su cadáver fue velado con su uniforme de gala y su coraza de condecoraciones sentado en la silla presidencial. El general Maximiliano Hernández Martínez, el déspota teósofo de El Salvador que hizo exterminar en una matanza bárbara a 30 mil campesinos, había inventado un péndulo para averiguar si los alimentos estaban envenenados, e hizo cubrir con papel rojo el alumbrado público para combatir una epidemia de escarlatina. El monumento al general Francisco Morazán, erigido en la plaza mayor de Tegucigalpa, es en realidad una estatua del mariscal Ney comprada en París en un depósito de esculturas usadas.

Hace once años, uno de los poetas insignes de nuestro tiempo, el chileno Pablo Neruda, iluminó este ámbito con su palabra. En las buenas conciencias de Europa, y a veces también en las malas, han irrumpido desde entonces con más ímpetus que nunca las noticias fantasmales de la América Latina, esa patria inmensa de hombres alucinados y mujeres históricas, cuya terquedad sin fin se confunde con la leyenda. No hemos tenido un instante de sosiego. Un presidente prometeico atrincherado en su palacio en llamas murió peleando solo contra todo un ejército, y dos desastres aéreos sospechosos y nunca esclarecidos segaron la vida de otro de corazón generoso, y la de un militar demócrata que había restaurado la dignidad de su pueblo. En este lapso ha habido 5 guerras y 17 golpes de estado, y surgió un dictador luciferino que en el nombre de Dios lleva a cabo el primer etnocidio de América Latina en nuestro tiempo. Mientras tanto 20 millones de niños latinoamericanos morían antes de cumplir dos años, que son más de cuantos han nacido en Europa occidental desde 1970. Los desaparecidos por motivos de la represión son casi los 120 mil, que es como si hoy no se supiera dónde están todos los habitantes de la ciudad de Upsala. Numerosas mujeres arrestadas encintas dieron a luz en cárceles argentinas, pero aún se ignora el paradero y la identidad de sus hijos, que fueron dados en adopción clandestina o internados en orfanatos por las autoridades militares. Por no querer que las cosas siguieran así han muerto cerca de 200 mil mujeres y hombres en todo el continente, y más de 100 mil perecieron en tres pequeños y voluntariosos países de la América Central, Nicaragua, El Salvador y Guatemala. Si esto fuera en los Estados Unidos, la cifra proporcional sería de un millón 600 mil muertes violentas en cuatro años.

De Chile, país de tradiciones hospitalarias, ha huido un millón de personas: el 10 por ciento de su población. El Uruguay, una nación minúscula de dos y medio millones de habitantes que se consideraba como el país más civilizado del continente, ha perdido en el destierro a uno de cada cinco ciudadanos. La guerra civil en El Salvador ha causado desde 1979 casi un refugiado cada 20 minutos. El país que se pudiera hacer con todos los exiliados y emigrados forzosos de América latina, tendría una población más numerosa que Noruega.

Me atrevo a pensar que es esta realidad descomunal, y no sólo su expresión literaria, la que este año ha merecido la atención de la Academia Sueca de la Letras. Una realidad que no es la del papel, sino que vive con nosotros y determina cada instante de nuestras incontables muertes cotidianas, y que sustenta un manantial de creación insaciable, pleno de desdicha y de belleza, del cual éste colombiano errante y nostálgico no es más que una cifra más señalada por la suerte. Poetas y mendigos, músicos y profetas, guerreros y malandrines, todas las criaturas de aquella realidad desaforada hemos tenido que pedirle muy poco a la imaginación, porque el desafío mayor para nosotros ha sido la insuficiencia de los recursos convencionales para hacer creíble nuestra vida. Este es, amigos, el nudo de nuestra soledad.

Pues si estas dificultades nos entorpecen a nosotros, que somos de su esencia, no es difícil entender que los talentos racionales de este lado del mundo, extasiados en la contemplación de sus propias culturas, se hayan quedado sin un método válido para interpretarnos. Es comprensible que insistan en medirnos con la misma vara con que se miden a sí mismos, sin recordar que los estragos de la vida no son iguales para todos, y que la búsqueda de la identidad propia es tan ardua y sangrienta para nosotros como lo fue para ellos. La interpretación de nuestra realidad con esquemas ajenos sólo contribuye a hacernos cada vez más desconocidos, cada vez menos libres, cada vez más solitarios. Tal vez la Europa venerable sería más comprensiva si tratara de vernos en su propio pasado. Si recordara que Londres necesitó 300 años para construir su primera muralla y otros 300 para tener un obispo, que Roma se debatió en las tinieblas de incertidumbre durante 20 siglos antes de que un rey etrusco la implantara en la historia, y que aún en el siglo XVI los pacíficos suizos de hoy, que nos deleitan con sus quesos mansos y sus relojes impávidos, ensangrentaron a Europa con soldados de fortuna. Aún en el apogeo del Renacimiento, 12 mil lansquenetes a sueldo de los ejércitos imperiales saquearon y devastaron a Roma, y pasaron a cuchillo a ocho mil de sus habitantes.

No pretendo encarnar las ilusiones de Tonio Kröger, cuyos sueños de unión entre un norte casto y un sur apasionado exaltaba Thomas Mann hace 53 años en este lugar. Pero creo que los europeos de espíritu clarificador, los que luchan también aquí por una patria grande más humana y más justa, podrían ayudarnos mejor si revisaran a fondo su manera de vernos. La solidaridad con nuestros sueños no nos haría sentir menos solos, mientras no se concrete con actos de respaldo legítimo a los pueblos que asuman la ilusión de tener una vida propia en el reparto del mundo.

América Latina no quiere ni tiene por qué ser un alfil sin albedrío, ni tiene nada de quimérico que sus designios de independencia y originalidad se conviertan en una aspiración occidental.

No obstante, los progresos de la navegación que han reducido tantas distancias entre nuestras Américas y Europa, parecen haber aumentado en cambio nuestra distancia cultural. ¿Por qué la originalidad que se nos admite sin reservas en la literatura se nos niega con toda clase de suspicacias en nuestras tentativas tan difíciles de cambio social? ¿Por qué pensar que la justicia social que los europeos de avanzada tratan de imponer en sus países no puede ser también un objetivo latinoamericano con métodos distintos en condiciones diferentes? No: la violencia y el dolor desmesurados de nuestra historia son el resultado de injusticias seculares y amarguras sin cuento, y no una confabulación urdida a 3 mil leguas de nuestra casa. Pero muchos dirigentes y pensadores europeos lo han creído, con el infantilismo de los abuelos que olvidaron las locuras fructíferas de su juventud, como si no fuera posible otro destino que vivir a merced de los dos grandes dueños del mundo. Este es, amigos, el tamaño de nuestra soledad.

Sin embargo, frente a la opresión, el saqueo y el abandono, nuestra respuesta es la vida. Ni los diluvios ni las pestes, ni las hambrunas ni los cataclismos, ni siquiera las guerras eternas a través de los siglos y los siglos han conseguido reducir la ventaja tenaz de la vida sobre la muerte. Una ventaja que aumenta y se acelera: cada año hay 74 millones más de nacimientos que de defunciones, una cantidad de vivos nuevos como para aumentar siete veces cada año la población de Nueva York. La mayoría de ellos nacen en los países con menos recursos, y entre éstos, por supuesto, los de América Latina. En cambio, los países más prósperos han logrado acumular suficiente poder de destrucción como para aniquilar cien veces no sólo a todos los seres humanos que han existido hasta hoy, sino la totalidad de los seres vivos que han pasado por este planeta de infortunios.

Un día como el de hoy, mi maestro William Faullkner dijo en este lugar: "Me niego a admitir el fin del hombre". No me sentiría digno de ocupar este sitio que fue suyo si no tuviera la conciencia plena de que por primera vez desde los orígenes de la humanidad, el desastre colosal que él se negaba a admitir hace 32 años es ahora nada más que una simple posibilidad científica. Ante esta realidad sobrecogedora que a través de todo el tiempo humano debió de parecer una utopía, los inventores de fábulas que todo lo creemos, nos sentimos con el derecho de creer que todavía no es demasiado tarde para emprender la creación de la utopía contraria. Una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra.

Agradezco a la Academia de Letras de Suecia el que me haya distinguido con un premio que me coloca junto a muchos de quienes orientaron y enriquecieron mis años de lector y de cotidiano celebrante de ese delirio sin apelación que es el oficio de escribir. Sus nombres y sus obras se me presentan hoy como sombras tutelares, pero también como el compromiso, a menudo agobiante, que se adquiere con este honor. Un duro honor que en ellos me pareció de simple justicia, pero que en mí entiendo como una más de esas lecciones con las que suele sorprendernos el destino, y que hacen más evidente nuestra condición de juguetes de un azar indescifrable, cuya única y desoladora recompensa, suelen ser, la mayoría de las veces, la incomprensión y el olvido.

Es por ello apenas natural que me interrogara, allá en ese trasfondo secreto en donde solemos trasegar con las verdades más esenciales que conforman nuestra identidad, cuál ha sido el sustento constante de mi obra, qué pudo haber llamado la atención de una manera tan comprometedora a este tribunal de árbitros tan severos. Confieso sin falsas modestias que no me ha sido fácil encontrar la razón, pero quiero creer que ha sido la misma que yo hubiera deseado. Quiero creer, amigos, que este es, una vez más, un homenaje que se rinde a la poesía. A la poesía por cuya virtud el inventario abrumador de las naves que numeró en su Iliada el viejo Homero está visitado por un viento que las empuja a navegar con su presteza intemporal y alucinada. La poesía que sostiene, en el delgado andamiaje de los tercetos del Dante, toda la fábrica densa y colosal de la Edad Media. La poesía que con tan milagrosa totalidad rescata a nuestra América en las Alturas de Machu Pichu de Pablo Neruda el grande, el más grande, y donde destilan su tristeza milenaria nuestros mejores sueños sin salida. La poesía, en fin, esa energía secreta de la vida cotidiana, que cuece los garbanzos en la cocina, y contagia el amor y repite las imágenes en los espejos.

En cada línea que escribo trato siempre, con mayor o menor fortuna, de invocar los espíritus esquivos de la poesía, y trato de dejar en cada palabra el testimonio de mi devoción por sus virtudes de adivinación, y por su permanente victoria contra los sordos poderes de la muerte. El premio que acabo de recibir lo entiendo, con toda humildad, como la consoladora revelación de que mi intento no ha sido en vano. Es por eso que invito a todos ustedes a brindar por lo que un gran poeta de nuestras Américas, Luis Cardoza y Aragón, ha definido como la única prueba concreta de la existencia del hombre: la poesía. Muchas gracias.


sábado, octubre 04, 2008

La cata diagonal de Carlos Blanco





Carlos Blanco se acomodaba en la última estación de una cata diagonal que se había iniciado el día anterior en un salón de élites, tomando vinos reserva y gran reserva con un grupo heterogéneo de contertulios. Las próximas estaciones sucesivas de aquella cata sesgada ya habían repasado esa noche, con un grupo cada vez menor de contertulios, los bares del polígono central con sus escoceses, sus vodkas y sus mujeres variopintas.

El amanecer del próximo día les sorprendió retozando en la playita con mujeres de río en ambiente marino. ¡Ay Monegro!, se pasaron el día bebiendo ron crudo y cachaza de caña.

Las mujeres no presentaron dificultad alguna en adaptarse al ambiente marino y cuando el grupo se vino a dar cuenta, estaban todos participando con entusiasmo en juegos propios de colegialas.

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Se organizó un Matarile para ponerle nombre a los detalles anatómicos que resaltaban en el cuerpo de los jugadores; luego jugaron en el agua haciendo una fila de mujeres que, aguantando la respiración para no ahogarse, pasaban por debajo del portal formado por las piernas abiertas de los hombres, al ritmo de un cantito, palmeado y coreado, que decía que ahí viene la señorita, cuidado con la de atrás, que tiene las orejitas lo mismo que un alcatraz. Con el último “traz” de alcatraz, las que estaban atravesando el portal de hombres en ese instante, eran atrapadas entre los brazos y piernas de éstos y a partir de ese momento todo era júbilo y regocijo en el ambiente.

Al final de la tarde, como para terminar el día con un detalle de inocencia que conjurara tanto exceso, las mujeres organizaron una versión no censurada del Baile de las Caraqueñas…¡Ay Monegro!, poniendo la rodilla en el suelo, sí Monegro, batiendo palmas, que ese baile se baila de espaldas, remenea, remenea la falda. ¡Ay caracolito de la mar que te quedaste sin bailar!

Con esa mochila de sucedidos a cuestas, entraron Carlos y los más aguerridos contertulios en aquel bar de orillas que sería la última estación de esa cata torcida en sus inicios.

Mucho se ha dicho acerca de la Shakirización de la mesera; pero no Monegro, la ingesta alcohólica no tenía nada que ver con la realidad de aquella hembra extraordinaria que se acercaba a pedir la orden en faldas amplias, comanda en mano y una férula de yeso que le cubría desde el tobillo hasta la mitad de la pierna derecha.

Era, sin dudas, una mujer apache. De esas que van al amor lo mismo que el guerrero apache va a la guerra: El pecho al descubierto y dispuesta a morir.

-¿Qué desean ordenar? Preguntó.

A mí, respondió Carlos, me puedes dar una patada con la pierna del yeso, en el lugar y el momento que consideres apropiado y oportuno. Yo me dejo, -le dijo. Y luego añadió: También un extra viejo con hielo en vaso corto y una soda amarga con hielo en vaso largo, para no beber con sed.

El resto de la noche giró en torno a la hembra que había asumido de buena gana y con una sonrisa la autorización de patada dada por Carlos. Los menos advertidos fueron capaces de comprender que Carlos se había rendido a sus encantos. Algunos anotaron que el yeso pudo, de alguna manera, despertar en Carlos el instinto del cazador que persigue a una presa que va herida.

Pero no, Monegro, herida nada. El yeso lo utiliza como cebo, espera que se lance el condenado y aprovecha un instante de su vuelo para arrancarle el corazón de cuajo. Corazón del que luego se deshace y deja abandonado a su infortunio, latiendo en las orillas del camino…

Los que le conocieron, aseguran que espera la patada.



quijoteurbano.

jueves, octubre 02, 2008

Así no, Señor Procurador

La semana pasada el Procurador General reaccionó airado contra el Senador por la Provincia Peravia y le restó calidad moral para hacerle exigencias de orden ético. Denunció que la fortuna del Senador era mal habida, que tenía un hijo preso en Estados Unidos y que durante su paso por el Instituto Agrario Dominicano hubo situaciones irregulares que merecían ser aclaradas. Por otra parte argumentó que la Procuraduría General era la oficina más transparente del actual gobierno.

Lo primero que debemos decir es que todos los ciudadanos pagamos impuestos y esa condición da derecho a que cualquier ciudadano tenga calidad moral para exigir buen desempeño a los funcionarios. La conducta ética es parte muy importante del buen desempeño y cualquier ciudadano puede y debe exigirla.

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Lo segundo que tenemos que tocar es lo que respecta a la irresponsabilidad manifiesta del Procurador, que ha sido capaz de mantener en silencio, durante el tiempo que tiene en el cargo, las violaciones a la ley que le imputa al Senador, sin haber puesto en movimiento la acción pública.

El Señor Procurador debe saber que a él se le paga precisamente para que persiga, entre otros, a quienes tengan fortunas mal habidas y a quienes a su paso hayan depredado a las instituciones del Estado Dominicano. Habría que preguntarle si conoce de algún otro caso de corrupción, que actualmente lo mantenga en silencio a la espera de los vientos propicios para hacerlo público.

Entre las argumentaciones del Senador por la Provincia Peravia, Señor Wilton Guerrero, está la exigencia de que se hagan públicos los nombres de los autores intelectuales de la Matanza de Paya. A la sociedad le gustaría conocer los nombres detrás de los sicarios, si no para esperar sanción de la justicia, por lo menos para retirarles el saludo o para intentar evitar que nuestros hijos intimen con sus hijos. Sin conocerlos, vaya desde aquí nuestro desprecio.

Otro punto que debemos destacar es el hecho de que el Procurador, con su denuncia contra el Senador, se coloca, y estoy seguro de que no es su deseo, del lado del narcotráfico. En el caso de la Matanza de Paya nada puede reportar mayor beneficio para el narcotráfico que el descrédito de quien valientemente ha llevado la voz cantante contra ellos: su única espina.

Por último, el Señor Procurador debe permitir que sea el pueblo dominicano quien juzgue su paso por la administración pública. Actualmente él goza de buena reputación, en el debate con el Senador su único punto en contra fue el exabrupto que provocó este artículo. El bien mayor para nuestra sociedad es que ambos dominicanos integren sus esfuerzos, con responsabilidad, a favor de la vida.

Si así lo hace, estamos seguros de que el pueblo dominicano sabrá valorar su gestión al frente de la Procuraduría General de la República Dominicana, y lo hará calificando la gestión como valiente, responsable y contraria a la muerte.

Adelante Señor Procurador, los dominicanos esperamos su impronta.

Mario Bergés
quijoteurbano@gmail.com
Centro Juan XXIII

Publicado en el Hoy de fecha 2 de octubre de 2008